Syrigma
Por: Sor Beatriz Alceda Pérez, O.I.C.
“Requiem – Mozart” (conclusión)
Comienza, pues, esta última parte de la Secuencia, el conocido ‘Lacrimosa’ con una introducción hecha por las cuerdas imitando el llanto y el gemido de quien camina en el cortejo fúnebre con el corazón dolorido y abatido. El texto no es menos intenso: ‘Día de lágrimas aquel día’. De hecho, toda la pieza es un continuo correr de lágrimas que no se pueden contener. Llama la atención cuando el coro canta la frase ‘qua resgurget ex favilla’, porque Süssmayr le coloca a cada sílaba un acorde comenzando desde notas graves, subiendo progresivamente hasta llegar al clímax de la frase, aludiendo perfectamente al hombre que ‘resurgiendo del polvo’, desde lo más bajo de la tierra, será juzgado como reo. Es por eso que todas estas frases, que se repiten y se repiten, se van sucediendo en continuas progresiones ascendentes, al mismo tiempo que va subiendo la tensión anímica hasta terminar en una especie de alarido; y de fondo, claro está, siguen las lágrimas desgranándose una tras otra. Sin embargo, al llegar a la frase ‘huic ergo parce, Deus’, (a él perdónalo, ¡oh Dios!), tenemos la sensación de que hay una especie de pequeña tregua y que encuentra su completa paz cuando cantan tiernamente, la frase ‘Pie Iesu Dómine’ sin dejar las lágrimas de fondo y los contrabajos marcando el ritmo de la marcha fúnebre. La frase final ‘dona eis requiem’ es tratada como una vuelta al principio, a las palabras ‘Lacrimosa dies illa’ con su respectiva variante para conducirnos a la conclusión que no es precisamente el descanso deseado. Aunque esta parte es a la vez el final de toda la Secuencia, y a pesar de que el ‘amén’ final parece grande y solemne, los acordes cadenciales que nos conducen a la conclusión y el final mismo nos dejan en una especie de abatimiento y la sensación un desconsuelo profundo. Me parece que Süssmayr nos deja entrever algo de su propio interior al tener que trabajar la obra inconclusa de su maestro: fibras íntimas que sólo la música es capaz de desentrañar y expresar.
Terminada la Secuencia sigue el Ofertorio. No tengo muy claro si Mozart había decidido, desde que concibió la estructura del Requiem, dividir en dos partes el texto del ofertorio o fue iniciativa del propio Süssmayr. Como haya sido, tenemos aquí el texto completo que luego dividiremos:
Domine Iesu Christe, Rex gloriae,
libera animas ómnium fidelium defunctorum
de poenis inferni et de profundo lacu;
libera eas de ore leonis,
ne absorbeat eas tartarus,
ne cadant in obscurum;
sed signifer Sanctus Michael
repraesentet eas in lucem sanctam
quam olim Abrahae promissisti
et semini eius.
Hostias et preces tibi, Domine,
laudis offerimus:
tu suscipe pro animabus illis
quarum hodie memoriam facimus;
fac eas, Domine,
de morte transire ad vitam
quam olim Abrahae promissisti
et semini eius.
..
Señor Jesucristo, Rey de la gloria,
libra las almas de todos los fieles difuntos
de las penas del infierno y del profundo abismo,
líbralas de las fauces del león,
que no las atrape el tártaro
ni caigan en las tinieblas,
sino que San Miguel, el abanderado,
las conduzca a la santa luz
que en otro tiempo prometiste a Abraham
y a su descendencia.
Sacrificios y preces a ti, Señor,
en alabanza te ofrecemos:
recíbelas tú en favor de esas almas
cuyo recuerdo hoy celebramos;
haz, Señor, que ellas
pasen de la muerte a la vida
que en otro tiempo prometiste a Abraham
y a su descendencia.
El texto completo es del ofertorio, como ya habíamos comentado más arriba, pero en este caso respeté la forma que le dio Süssmayr (o en su caso Mozart) que es en dos partes bien diferenciadas aunque al final quedan unificadas por la conclusión que en ambos casos es la misma. Comienza la pieza de inmediato con las cuerdas y las voces juntas. La atmósfera que se nos presenta va muy a tono con todo lo anterior: llamas de fuego ardiendo sin cesar, angustia continua, gran temor al terrible Rey de la gloria, etc. Tal pareciera que el alumno ha estado al pendiente de la pluma de su maestro. Casi sin titubear, Süssmayr nos lleva por la misma tesitura de la Secuencia y no pierde oportunidad en repetir las imágenes que nos presentaba Mozart en las partes anteriores. Como acabamos de explicar, tenemos desde el comienzo la atmósfera de las llamas continuamente ardiendo y que no dan tregua en todo el primer trozo del ofertorio. Al momento de que el coro canta las palabras ‘Rex gloriae’ tenemos de nuevo el grito desgarrador que ya encontrábamos en el ‘Rex tremendae’ de la Secuencia. El alumno de Mozart aprovecha la oportunidad de repetir frases que juzga importante resaltar, como es el caso del mismo ‘Rex gloriae’ o de la frase ‘de poenis inferni’. Es curioso que precisamente esta frase ‘de poenis’ inferni’ nos produzca esa sensación de abismo por los saltos descendentes de notas que hacen las voces las veces que lo repiten y que terminen su frase ‘et de profundo lacu’ con una línea melódica completamente baja como reafirmando el ‘profundo abismo’.
Ahora, al hacer la siguiente petición, ‘libera eas…’ retomamos la atmósfera del principio pero ahora los acordes armónicos nos llevan directamente a las terribles fauces del león, con la consiguiente sensación de angustia. Las siguientes peticiones se nos van planteando una tras otra, sin siquiera esperar a que termine una cuando ya se está haciendo la otra. Los instrumentos están en constante movimiento, que, como hemos dicho, en casi toda la obra, nos hacen siempre referencia al fuego ardiendo. Tenemos, enseguida, en una especie de pequeña fuga a cuatro voces (otro recurso aprovechado por Süssmayr), la petición ‘sed signifer Sanctus Michael…’ que en este caso la hacen los cuatro solistas.
Y al llegar a la frase ‘quam olim Abrahae promissisti’, hemos llegado al clímax tensional por lo menos de esta parte del ofertorio: Süssmayr se aferra a la frase y la repite sin cesar una cantidad innumerable de veces sin siquiera permitirse un descanso. En realidad es la única esperanza que queda: ‘la promesa hecha a Abraham y a su descendencia’, y Dios siempre es fiel a sus promesas. Para la mentalidad de la época, era muy importante recordarle a Dios que un día hizo la promesa de conducirnos a la luz santa y que (por ser Dios), no puede dejar de cumplirla. Y esa promesa es la que hace gratificante toda esta parte del ofertorio y que hace mucho más confortante el final solemne que tiene. De hecho, este final nos abre otro panorama de diferentes matices a los que nos habíamos estado moviendo. La siguiente parte del ofertorio que comienza con la frase ‘Hostias et preces’ ya nos pone en un ambiente más sereno, más esperanzador, casi tierno y muy confiado. La oración que se hace es en realidad muy bella y no menos bello fue el trabajo de Süssmayr. A mi gusto, creo que aquí es donde hizo gala de su habilidad como compositor, porque sin perder el hilo conductor del Requiem, logró hacer de esta parte una oración sublime, etérea… Tal vez en el trabajo con los coros, los directores tendrían que poner mucho cuidado en lograr que se transmita esa misma sublimidad y que no se pierda en medio de las llamas de las otras partes. La última frase, ‘fac eas, Dómine, de morte transire ad vitam’, sin perder su dulzura, nos da la llave que nos permite volver a la frase con que cerrábamos la parte anterior: ‘que en otro tiempo prometiste a Abraham’, y evitando quebrarse la cabeza, Süssmayr lo hace idénticamente a la parte anterior, con toda su infinidad de repeticiones, sin más complicaciones y para darle un final sensato a la sección.
La siguiente parte del Requiem es el Sanctus. Toda misa de difuntos tiene Sanctus, Benedictus y Agnus Dei, como cualquier otra misa, por lo menos del rito católico. Aquí, el trabajo de Süssmayr es grandioso. Se abre inmediatamente con la palabra ‘Sanctus’, con el coro y los instrumentos en toda su potencia. El texto es como sigue:
Sanctus, Sanctus, Sanctus,
Dominus Deus sabaoth.
Pleni sunt coeli et terra gloria tua:
Hossana in excelsis!
Benedictus qui venit
in nomine Domini:
Hossana in excelsis!
..
Santo, Santo, Santo,
es el Señor Dios de los ejércitos.
Llenos están los cielos y la tierra de tu gloria:
¡Hosana en lo alto!
Bendito sea el que viene
en el nombre del Señor:
¡Hosana en lo alto!
Como cualquier Sanctus de su época hasta las reformas del Concilio Vaticano II en 1965, el Sanctus estaba dividido en dos partes casi independientes y de hecho así se cantaban en todas las misas. En la mayoría de las composiciones del Sanctus se trataba de buscar cierta unidad de una parte con la otra sobre todo al hacer las repeticiones del ‘Hossana in excelis’. Sin embargo, hasta en esas partes podíamos encontrar cierta independencia entre ellas. En esta ocasión me permití poner las dos partes seguidas: Sanctus y Benedictus, esto con la finalidad de mantener la idea general de esta parte de la misa. En el Sanctus de este Requiem, todo es majestuoso; el color de la música es mucho menos sombrío que en la Secuencia o en el Ofertorio. Todo parece llevarnos a dejar de mirar hacia la tierra, el polvo, las llamas, el dolor, la angustia, etc., y mirar hacia arriba, hacia donde ‘llenos están los cielos y la tierra de la gloria de Dios’. No hay lugar para la tristeza ni la desesperación. Después de glorificar a Dios con acordes majestuosos y solemnes, los ‘hosanas’ los encontramos en una excelente fuga que comienza con los bajos, siguiendo con los tenores, luego las contraltos hasta la entrada de las sopranos. Me parece que es una de las formas más expresivas que pudo encontrar Süssmayr para lanzar vivas a Dios que está en lo alto. Todo prefacio de la misa concluye con las palabras: ‘Por eso con los ángeles y los santos, cantamos sin cesar’, es decir que todos los seres, los del cielo y los de la tierra, junto con toda la creación aclama con fuertes voces la gloria de Dios. Por eso, el recurso de las voces fugadas y un final glorioso fue muy atinado por parte del alumno de Mozart.
Tenemos a continuación el Benedictus, cantado por las cuatro voces solistas, comenzando por las femeninas. Sin ir más lejos, es un aria preciosa que nos transporta a la intimidad. Tal vez pensaríamos más adecuado recibir ‘al que viene en nombre del Señor’ con los mismos vítores con que se cantó la primera parte pero Süssmayr nos lleva directo a la intimidad, a la confianza, a una especie de diálogo sereno y esperanzador. Encontramos algunos giros melódicos que nos recuerdan a alguna otra parte del requiem y al mismo tiempo hay mucha originalidad y simetría. Internamente, el ‘Benedictus’ podría estar dividido en dos partes y que el tema presentado en su primera parte por la contralto y la soprano y complementado por el bajo y el tenor, en su segunda parte se invierten los papeles. Con esto logra darle variedad a la obra y, como apuntábamos más arriba, una simetría muy bien lograda. Al final del ‘Benedictus’ vuelve el coro a cantar los ‘hossanas’ muy parecido a la primera vez pero de forma bastante reducida. Éste es un recurso muy aprovechado por los músicos de todos los siglos a la hora de retomar los ‘hosanas’ finales.
La siguiente parte de la misa es el ‘Agnus Dei’ y su texto es el que sigue:
Agnus Dei qui tollis peccata mundi:
dona eis requiem.
Agnus Dei qui tollis peccata mundi:
dona eis requiem.
Agnus Deí qui tollis peccata mundi:
dona eis requiem sempiternam.
..
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo:
dales el descanso.
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo:
dales el descanso.
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo:
dales el descanso eterno.
El Agnus Dei, como el Sanctus, forma parte de cualquier misa y se canta justo antes de la comunión. Su estructura es litánica, es decir, en forma de verso–respuesta, lo cual se ve perfectamente reflejada en el presente caso. Comienza con el verso ‘Agnus Dei qui tollis peccata mundi’, a lo que sigue la respuesta ‘dona eis requiem’. Desde el comienzo tenemos ya los acordes que nos devuelven al ambiente fúnebre en que nos hemos estado moviendo en casi todo el Requiem. Pocos han sido los momentos de distensión y de sosiego. El Sanctus pareciera habernos elevado a las últimas moradas celestiales y el Agnus Dei nos hace de nuevo volver a la tierra, a la realidad de nuestra condición humana. De hecho todas las invocaciones ‘Agnus Dei…’ están llenas de una especie de angustia y zozobra aunque todas las respuestas ‘dona eis requiem’ nos vuelven a tomar de la mano para llevarnos de nuevo a la confianza y la certeza de que nuestras súplicas son escuchadas. Al final, en una especie de coda, la palabra ‘sempitenam’, es cantada de forma casi etérea y cierra toda esta pieza como cobijándola y resumiendo en unos cuantos acordes toda esta oración deprecatoria.
La última parte del Requiem que concluyó Süssmayr fue la comunión, que como el introitus de la misa, está tomada del libro 4, apócrifo, de Esdras, 3, 35. 34:
Lux aeterna luceat eis, Domine,
cum sanctis tuis in aeternum
quia pius es.
Requiem aeternam dona eis, Domine,
et lux perpetua luceat eis,
cum sanctis tuis in aeternum
quia pius es.
..
La luz eterna brille para ellos, Señor,
en compañía de tus santos por siempre
porque eres piadoso.
Dales el descanso eterno, Señor,
y brille para ellos la luz perpetua,
en compañía de tus santos por siempre,
porque eres piadoso.
Süssmayr no se complicó. Siguiendo las indicaciones de su maestro y poniendo a trabajar su habilidad como músico, sacó provecho del texto y utilizó el mismo tema, usado al inicio del Requiem, para ahora concluirlo. Ya desde los primeros acordes tenemos la introducción ya planteada en el principio pero ahora con algunas variantes. La misma fuerza emocional, las mismas notas de las cuerdas imitando el constante gemido y dolor, los mismos gritos desgarradores… Süssmayr no ha querido cambiar absolutamente nada. Y todavía más: en cuanto toma las últimas palabras ‘cum sanctis tui’ volvemos a encontrar la doble fuga compuesta por Mozart para el ‘Kyrie eleyson’. Podríamos aquí objetar de falta de originalidad por parte del alumno de Mozart, pero en mi opinión, hay un gran acierto y razones de peso para creer que fue la mejor decisión. Cerrar el Requiem de la misma forma en que Mozart lo inició le da unidad a la obra; al no añadir otra composición propia, Süssmayr deja que sea su maestro el que diga, de forma póstuma, la última palabra y que con esto conserve las líneas internas que se han planteado en toda la obra. El final, el que concluye toda la obra, es como en el introitus: las voces de la doble fuga van cruzándose y aumentando de intensidad hasta llegar al grito unánime que concluye con las palabras ‘quia pius es’, (‘porque eres piadoso’)… En el fondo, ésa es la gran esperanza: que Dios, que es piadoso (y amoroso), nos atraiga hacia sí y nos coloque en su compañía, junto con todos los santos, por toda la eternidad.
¡Que así sea!